Ayer vi «El Mocito»

Cuando vi este filme lo hice en las salas del Cinehuérfanos (me gusta ir allí por el énfasis que ponen en títulos nacionales): en la cartelera del lugar estaba clasificado como «terror». Al principio pensé que era un error divertido, pero no: las primeras imágenes muestran al protagonista cazando conejos del modo en que Jason Vorhees caza adolescentes. Lo siguiente es el protagonista diciendonos «Yo estuve ahí y vi las cosas más espantosas que han pasado en este país». Después de ver este filme me convencí que estaba bien puesto el cartel. Es un filme de terror.

Éste es un documental sobre el via crucis y la posibilidad de redención de un hombre que estuvo demasiado cerca a lo más malvado que conoció mi país, Chile: Jorgelino trabajó primero como sirviente de Manuel Contreras y luego en el cuartel de exterminio de la brigada Lautaro, en la capital. Jorgelino es enfático, dice «yo lo vi todo, yo estuve ahí pero no maté a nadie».  Esto lo vemos desde los primeros minutos, luego viene el retrato del personaje: vive miserablemente, sin agua potable. Debe cazar para comer y come lo que puede: conejos, bichos, lo que encuentre, como un  moderno judío errante. Se ve un hombre duro, pero parece ocultar sus llanto cuando vuelve a la sala de tortura donde llevaba café a los interrogadores. Mientras conversan, Nelson Caucoto le pregunta a Jorgelino «¿Sabías que nadie salió vivo de allí?», «Sí, lo sé» responde él.

Estimado lector, este filme me dejó al borde de las lágrimas. En un momento del filme Jorgelino se afeita con agua fría y sin jabón: cuando comienza a hablar nos damos cuenta que está borracho. Dice varias cosas, incoherentemente: habla sobre su gran rol (si nos ponemos la bata blanca y la pipa diríamos que es Narciso-compensatorio), sobre lo joven que era entonces (menor de edad) y dice «necesito descansar». Y en efecto lo necesita, pero parece no tener descanso posible, eternamente atrapado en la culpa de su rol en la masacre. Va a procesiones católicas, a templos evangélicos y se emborracha, pero no tiene paz.

Y, por muy cruel que suene de mi parte, creo que está bien que así sea: el crimen es demasiado grande. Quien es creyente lo tiene simple: su dios ha establecido ciertas reglas y castigos y el bien y el mal se definen de acuerdo a ellas. El mal absoluto, como el que conoció Jorgelino, sería la oposición total a estas reglas: no matarás, respetarás al projimo, etc. Pero es más complicado en el marco de una moral atea: los torturadores justificaban sus acciones como una limpieza, como si la salvación de la Patria dependiera de que ellos «saquen la basura». Según su propio argumento, los torturadores no son bonitos pero sí son necesarios.

Pero ¿Es tan así? Si anclamos la regla moral en su utilidad para la humanidad como especie, en su sentido evolutivo, entonces el argumento de defensa de la tortura y el asesinato político sería el de la mutilación de un miembro gangrenado. Pero lo fundamental ahí es el diagnóstico: ¿De verdad existe una infección que ponga en riesgo al organismo completo, o sólo cortamos por el gusto de cortar? ¿Cómo llamamos al que está demasiado dispuesto a mutilar al paciente, y que disfruta el proceso? ¿La mujer embarazada o el profesor universitario que meciona Nelson Caucoto eran un riesgo para la vida de todo un país? Si no hay riesgo para todos, lo que hace el entusiasta «salvador de la sierra» es poner en riesgo a todos, ya que ha clasificado mal (como peligro para la humanidad a quien no lo es) y gratuitamente ¿Qué garantiza que no cometa el error nuevamente, y peor aún, voluntariamente? ¿Que el verdugo clasifique a más gente como «desechable», que eventualmente nos etiquete a todos?

Según un artículo publicado en «Psychology Today», el genocidio (como el que vió Jorgelino) se fundamenta en tres factores:

– La creencia en que existe una esencia de las cosas, la esencia humana en este caso.

– La creencia en que dicha esencia es diferente a la apariencia, de forma tal que se pueda parecer humano sin serlo.

– Y la creencia en una escala de valor, donde los humanos somos lo más valioso y los no-humanos lo menos valioso.

Si miramos esta lista veremos que no da tan mala impresión. Hasta podría pasar como la opinión de una persona decente, aunque anticuada. Pero lo que hace realmente es que oculta un hecho básico y fundamental: el que todos somos hermanos.


Cuando Jorgelino está en el templo evangélico, un devoto lo toma por su brazo y llora. Jorgelino no llora: sabe que es inútil.
Querido lector, vea este filme (o cómprelo). Es un buen consejo, hágame caso.

P.D. El Cinehuérfanos pasó a mejor vida. Con él, el eje Huérfanos del centro de Santiago se quedó sin salas de cine (descontando la Sala del Ángel, convertida hace tiempo en cine porno). Así nos vamos empobreciendo.

Roberto Suarez Perez