Ayer vi Fat Ass Zombies, a.k.a. American Zombieland

Este filme es una comedia norteamericana de terror del año 2019, dirigida por George Bennet, producida por Magicbullet Media y protagonizada por Dave Mussen, Johnny Dowers, Brave Matthews y Samantha Walker. Es un filme de bajo presupuesto.

El antihéroe es un cineasta fracasado, realizador de cortometrajes de terror tan baratos y mal hechos que lo han condenado a ser el chiste del pueblo pequeño en el que vive, Corsicana, Texas. Pero una catástrofe puede ser una bendición: el apocalipsis zombie llega a la ciudad y el protagonista convence a su grupo de amigos y conocidos que realicen la primera película de zombies con verdaderos zombies. Pero, por seguridad, tienen que ser zombies obesos, porque corren más lento: por eso es que el filme se llamará «Fat Ass Zombies».

Es curioso el caso con este filme: al comenzar a verlo no esperaba nada y me llevé una buena sorpresa. Es una comedia con chistes que en su mayor parte funcionan, con personajes que en su gran mayoría funcionan y con un argumento satírico que en su mayor parte tiene sentido. Permítame repetirme: el nivel es tan bajo en el cine de bajo presupuesto de zombies que cuando uno funciona es algo extraordinario. Hay referencias a la locura política trumpista, al nacionalismo norteamericano sin sentido, hay un plano de un pene mutilado, hay una secuencia animada con detalles de anos, un bebé zombie, consumo de marihuana, hay sátira al mundillo del cine de bajo presupuesto, hay metaficción; hay un poquito de todo lo que uno como espectador de este tipo de película busca y un poquito más. En este sentido funciona perfectamente.

Y hay otra curiosidad aquí, si miramos la historia del cine de zombies. Esta historia se puede dividir a grandes rasgos en tres momentos:

– Pre Romero, donde los zombies aparecen de a uno y son producto de la magia exótica caribeña o de los actos de un científico loco, perturbaciones que siempre son solucionadas y que no amenazan al orden social. Aquí entran los filmes hechos a la sombra de los monstruos clásicos de la Universal: piense en blanco y negro, años 30 o 40, Boris Karloff y cero gore.

– El huracán George Romero, cineasta de pueblo, donde los zombies aparecen en su versión moderna: cadáveres putrefactos que caminan en multitudes, mientras los (siempre) antihéroes tratan de escapar de una sociedad que se derrumba. En sus mejores versiones, estos filmes eran críticas alegóricas de la sociedad en la que nacieron, críticas al mundo-en-guerra que es central al modo de vida norteamericano, críticas al consumismo sin freno, a la política sorda y ciega hacia las personas. En sus peores momentos tenemos el shock sin sentido, como en los filmes de Joe D’Amato, quien de forma bastante fluída y adecuada incluso derivó hacia la pornografía. Aquí, tanto en los buenos filmes como en los malos, el gore es abundante y espantoso.

– El mainstream zombie, donde los filmes de muertos vivientes suben su presupuesto y visibilidad, a la vez que moderan de forma considerable su potencial subversivo. Piense en la eterna serie de televisión que todos vimos y dejamos de seguir (cansados ante la fórmula de zombies-personajes que hablan sobre sus sentimientos-zombies), en los filmes con estrellas de primera línea y en los videojuegos. Del mismo modo en que los filmes y las series de tv se despolitizan también se sanitizan, el contenido sexual y la sangre se moderan.

Esta es la curiosidad: este filme se inserta en la tradición más interesante, la de Romero ¿Un filme que habla sobre el mundo en el que vive? ¿Uno que satiriza la política actual? ¿Uno que serviría como cápsula de tiempo para los espectadores del futuro? Todo ésto es Fat Ass Zombies. No es la mejor película de la historia del cine ni la más graciosa ni la más inteligente (no tiene a dos mujeres hablando entre sí de algo diferente a hombres, por ejemplo), pero está bastante bien. Incluso su final funciona tanto en la narración como a nivel irónico. Filmes bien hechos como éste me dejan, querido lector, una sensación melancólica. Imagínese ser un artista de pueblo chico, con pocos recursos y aún menor vitrina de exposición, luchando una y otra vez por la obra mientras sus amigos y conocidos se casan y aceptan trabajos con horario y jefe, un artista que lucha por una obra que poca gente verá y que posiblemente será olvidada. Bueno, tuve la suerte de ver esta obra: no todo está perdido.

Ayer vi El Techo

Este es un filme cubano que tuvo su Avant Premiere hoy, once de julio del dos mil diecisiete, en el habanero Cine Chaplin, probablemente la mejor sala de la ciudad. Es escrito y dirigido por Patricia Ramos y tiene un elenco joven. Si bien el jueves comienza su recorrido por las salas cubanas, el filme fue exhibido ya como parte de la competencia del Festival Internacional de Cine de La Habana. La premisa del filme es simple: es un drama que se desarrolla en las azoteas del barrio centro habanero de Cayo Hueso.

Cuenta la historia de tres amigos, Yasmani, Vito y Anita, quienes están a la deriva en lo que parece un mundo congelado: un padre inmóvil, rutinas invariables entre vecinos y un ambiente más propio de la Italia de post guerra que de estos tiempos. Hablan como se habla en este lugar, se comportan como uno se comporta en estos lugares, miran pasar el tiempo y sin embargo bullen de deseos que incluso ellos desconocen: Vito sueña con retomar el hilo de un pasado fabuloso que su abuela inventó, pero en el que él cree, Anita dice que no le importa, pero realmente sueña con un lugar donde ella sea más que un objeto de uso, Yasmani sueña con poder crecer. Juntos montan lo que aquí se conoce como un negocio de cuentapropismo, una micro empresa de elaboración de pizzas en la misma azotea, pero ni eso los salva del miedo al futuro y su capacidad de borrarlo todo.

Cómo le contaba, este filme es un drama, y como supondrá el lector se inscribe dentro de la honorable tradición del drama social cubano, heredero del Neorrealismo italiano y que tomó la forma del Nuevo Cine Latinoamericano. En otras palabras, es un filme sobre gente común, que vino al mundo sin la suerte que algunos tienen, que viven en un mundo cruel y que a pesar de los golpes sigue soñando y amando. Y hace esto, este retrato, con eficiencia y efectividad. Estas dos cualidades uno como espectador las da por sentado, pero si fuese un chismoso le nombraría un par de títulos recientes que carecen por completo de éstas. Un filme como este, bien contado y que funciona, se agradece, sobre todo considerando que es una ópera prima.

Sin embargo, no es un filme perfecto: hay por ahí un par de planos subjetivos innecesarios, hay un problema con la fotografía que se debe más a la falta de recursos que a las buenas artes del equipo (digamos que el soporte se quedó corto ante los desafíos que planteó la puesta en escena) y hay una historia secundaria que pudo desarrollarse mejor. Me refiero al padre del protagonista y su decisión de no volver a levantarse de la cama: por momentos parece ser un complemento cómico y por momentos parece anunciar un dolor profundo y desgarrador, sin desarrollar claramente ninguno de los dos caminos. No son problemas graves, en la medida que no boicotean la narración, pero están allí. Se podría criticar también cierto aspecto maniqueo en el diseño de personajes, el trío protagónico se rige bajo el principio de que todo joven es puro de corazón, desperdiciándose así la oportunidad de abordar una de las evoluciones de la realidad cubana más interesantes: el del desarrollo moral enfrentado a la crisis económica y al desgaste político, tensionado entre el provecho utilitario y el altruismo más completo. De hecho, no hay ninguna alusión en el filme a lo más llamativo de Cuba para el visitante: su sistema político. Es como si los personajes vivieran en un limbo de necesidad e incertidumbre.

Dentro de las fortalezas del filme, además de estar bien narrado, se puede mencionar su función como retrato social: no se trata tan sólo de la vida difícil que llevan los personajes, sino también del tipo de mundo en el que viven. Se puede ver acá la Cuba de la pobreza, pero también la de las reformas económicas, la de la vida comunitaria pero también la del individualismo materialista y las pequeñas traiciones, la de la convivencia forzada con el turista que vive en un mundo tan diferente que bien podría ser un extraterrestre, la del sexo contra el aburrimiento y la de la soledad y la necesidad de amor. Es quizá el aspecto más desarrollado del filme su misión de retratar, subordinándose a éste todo lo demás.

Retrato social, personajes de buen corazón, una narración eficiente, la búsqueda del destino en un mundo triste; todo esto, más el buen trabajo de su equipo y elenco, hacen de este filme un buen filme. Pero ¿Sabe algo? A pesar de todo, no se siente como algo especialmente novedoso ni fresco: quitándole los celulares y cambiando canciones de la banda sonora, este filme podría haber sido hecho perfectamente hace sesenta años en Italia, o cincuenta en el resto del mundo. Es posible que lo más audaz del argumento, lo más nihilista y subversivo de este, sea algo que se pasa por alto cuando se sigue la suerte de los héroes: el negocio de pizza fracasa (además de por la multa que les cae encima) porque todos los vecinos piden fiado, consumen hoy con la promesa de pagar mañana, y nunca pagan. Cuando los amigos celebran la fiesta de cierre, todos los deudores aparecen, comen la comida que se les ofrece, beben el ron que se les da, y se van. No hay solidaridad, no hay empatía ni conciencia de clase, para usar un término de la vieja izquierda: no hay comunidad como red de protección, sino sólo de convivencia. La realizadora no entrega un final dulce y amable, sino uno duro y cruel: el amor se encuentra, el destino aparece gracias a la suerte, pero todo esto se desarrolla en un ambiente de lobos.

Roberto Suare Perez

Ayer vi «Mi último round»

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Después de mucho tiempo vi este filme en televisión. No es la mejor de las plataformas, lo sé, pero fue la más conveniente dadas las circunstancias de su servidor. La vi y se me ocurrieron varias cosas que paso a detallar.

Primero le cuento el argumento: cuenta la historia de Hugo, quien vive una vida común como un joven común en una ciudad pequeña de la araucanía. Vive abrigado permanentemente (en esas tierras hace frío y llueve mucho), tiene una novia y un perro, al cual saca a pasear: pero un conductor imprudente atropella a su perro. El primero que se acerca a socorrer al perro no es Hugo, sino el boxeador amateur Octavio, quien estaba en su gimnasio, cerca. Bruto, duro y proletario, el boxeador hace algo inusual y de grandes consecuencias: le roba un beso a Hugo, y así ambos se enamoran. Para poder vivir su amor lindo y tierno ambos huyen juntos a la capital, pero cargan una doble sentencia: además de ser una relación prohibida, tanto daño ha sufrido el boxeador que si no abandona los guantes morirá.

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Lamento profundamente haber visto este filme en televisión, ya que tiene una fotografía bellísima que dibuja un mundo (la provincia y la capital aunque diferentes, iguales en ésto) lleno de sombras, suciedad, marcas y desgaste. A través de la composición, los realizadores enfatizan la soledad y tristeza de los personajes, como si en el mundo de este filme las únicas alternativas que ofrece la vida fuesen el dolor, la falta de alegría y la muerte. Imagínese, ver un espectáculo visual así en televisión, en definición estándar y con problemas de sintonización. Si ha leído los anteriores post (desde ya le agradezco) podrá ver que su servidor suele cometer errores así de grandes.

El filme cuenta con excelentes actores, con trayectoria en la utopía conocida como Cine Chileno: ahí está el protagonista de “Taxi Para Tres”, allí la actriz que compartió pantalla con el gran Rutger Hauer, aquí la gran Tamara Acosta (eterna pareja en pantalla de Daniel Muñoz), etc. Un casting de nombres conocidos, pero impecables. Técnicamente el filme no muestra fallas, testimonio de la madurez de un cine al que no le permiten transformarse en industria, y su diseño de producción es en extremo coherente. La historia que narra es interesante también, y la forma de narrar también, privilegiando la emoción mientras evita convertirse en un melodrama. Da gusto ver filmes a este nivel: hechos así, su éxito o fracaso como narraciones depende más de las elecciones de los realizadores que de la falta de experiencia o recursos.

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Y como no todo podía ser perfecto, déjeme contarle algo sobre una elección que tomaron los realizadores que me causó extrañeza: cuando los personajes hablan, en especial sobre sus sentimientos, la cámara se aleja de ellos ¿Recuerda aquel filme “Jade”? Era otro más de aquellos thrillers noir-eróticos que crecieron a la sombra de “Bajos Instintos”, aquí con David Caruso (el pelirrojo de la no muy respetable CSI-Miami), la muy bella Linda Fiorentino y Chazz Palmintieri. Luego de la intriga, al final (spoiler) el protagonista se entrevista con el mafioso para rogarle por la vida de la mujer, sin saber que ella ya lleva tiempo muerta. Es una escena sobre una conversación en una oficina, pero de gran peso emocional: el héroe está destruido y se ofrece por completo a cambio de algo que no puede tener. Tras los necesarios planos de ubicación y contraplano, la imagen se sostiene en la vulnerabilidad del protagonista, sin escapar de lo doloroso de su situación, un plano medio que es como un fusilamiento. Sé que comparar un filme chileno con uno estadounidense (ni más ni menos que de William Friedkin) es comparar peras con manzanas, pero ¡Cuanto habría ganado “Mi último round” con acercar la cámara a los personajes! Toda la emoción que construyó el filme con sus decorados y sus peripecias se pudo haber desarrollado extraordinariamente con sólo acercarse un poco más a los actores. Son excelentes actores y la historia está muy bien, el material estaba allí. A pesar de ésto la perspectiva elegida es la de alguien ajeno, como si un visitante ocasional viera pelear a los vecinos a través de una puerta entreabierta.

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Me frustró esta elección, creo que le quitó potencia a un filme de por sí potente. Pero después me puse a pensar ¿Qué pasó aquí? A través de la historia de este romance homosexual triste y trágico se tratan varios temas importantes: el peso del “deber ser” social contra el amor, la doble vida, la forma inherentemente sombría del ser chileno, la dificultad para establecer relaciones, la pobreza, el prejuicio, los componentes disfuncionales del ser masculino (la emoción suprimida, la violencia, la necesidad de establecer supremacía). Todos estos componentes son de cierta forma propios del ser nacional: el chileno es prejuicioso, el chileno vive de acuerdo al deber-ser, el chileno no sabe como amar, etc. Así que podríamos decir que este filme es crítico de esta forma de ser y vivir. Si lo piensa, querido lector, el título no hace referencia al (spoiler) combate final del amor del protagonista, sino a un round metafórico del héroe: la última vez que amó y sufrió, reencontrando su identidad en el camino, terminando con las manos vacías y en silencio. No creo, por lo tanto, que sea un film sobre la naturaleza del amor homosexual, sino sobre el amor trágico. Es como si en este país y en estos lugares (el sur y mi lado de la capital) el único amor posible fuese el que termina mal.

¿Y qué tiene que ver todo ésto con mostrar de lejos a los personajes cuando sienten? Bueno, quizá pecó el realizador de lo mismo que retrataba: al mostrar un mundo donde la emoción no tiene espacio evitó mostrar la emoción. Sé que no está bien juzgar un filme por lo que pudo haber sido, pero “Mi último round” pudo ser extraordinario con una pequeña elección. Por ahora fue lo que es, un buen filme.

Roberto Suarez Perez